El aislamiento de las mujeres como constante en la violencia machista
Manejar el aislamiento como arma para dificultar la autonomía de las mujeres y fomentar su dependencia del agresor es clásico en los patrones de violencia machista, pero en los casos de mujeres migradas, se vuelve más acusado y definitorio. Desplazarse a un lugar distinto del de origen implica alejarse del entorno familiar y afectivo, un desarraigo que a veces se ve aún más complicado por las dificultades culturales, la discriminación y la dificultad para hacer relaciones a la que abocan las situaciones de precariedad económica e irregularidad administrativa.
En el caso de las parejas mixtas, el apoyo familiar de los hombres españoles contrasta con esta soledad de las mujeres migradas, y ahonda en la asimetría de las relaciones y el juego de poder que se establece en ellas. En algunas de las historias recogidas en este informe se observa cómo los agresores directamente impidieron a sus parejas establecer relaciones personales al llegar a España. Para algunas, las amistades que tenían eran las del agresor, que terminaron por ejercer presión sobre ellas para retirar la denuncia.
Incluso cuando se cuenta con un entorno afectivo, a menudo lo conforman otras mujeres que se encuentran en una situación igualmente vulnerabilizada. El desconocimiento del entorno y la normativa españolas —a veces incluso del idioma— por parte de las mujeres migrantes desequilibra aún más esta balanza, y dificulta no solo dar el primer paso en la ruptura con las dinámicas de violencia, sino también llevar a cabo todos los procesos que siguen al momento de la denuncia —los administrativos, y también los personales—. Porque, sin red, cualquier salto es más difícil.
Tirar del hilo: historias de mujeres migradas
supervivientes de violencia de género