La violencia física es solo el cabo de la madeja
Hace tiempo que hemos aprendido que, en el caso de la violencia machista, la violencia física es solo la punta del iceberg, el cabo de la madeja. Y aún así, a veces sigue siendo difícil identificar todo eso que no son golpes, pero que constituye el entramado del maltrato. Violencia psicológica, sexual, económica… Son muchos los factores que contribuyen a la pérdida de la confianza, la anulación personal y la dependencia que consolidan la espiral de violencia y hacen difícil para las mujeres salir de ella.
En el caso de las mujeres migradas, algunos de estos efectos se pueden recrudecer, y aparecen otros específicos. El aislamiento del entorno, por ejemplo, tiene un peso particular. El chantaje en torno a la regularización administrativa, la dependencia económica o las dinámicas racistas dentro y fuera de la relación afectiva agravan y revisten a cada situación de complejidades específicas, y por ello también más difíciles de identificar.
Todas esas formas de violencia que no son golpes —y que son continuadas, insidiosas, extremadamente dañinas— a menudo quedan invisibilizadas por parte de la justicia, entre otras razones, porque son difíciles de probar. Esta invisibilización tiene que ver con el rechazo a entender la violencia machista como un proceso, y aumenta la vulneración de derechos de las mujeres. Cuando se inicia un proceso de denuncia pero en el juicio no se reconocen las formas de violencia sufridas por las mujeres, es posible que no se las reconozca como víctimas, y no tengan por tanto derecho a ninguna ayuda.
Tirar del hilo: historias de mujeres migradas
supervivientes de violencia de género